Friday, March 09, 2007

Marruecos, un universo de aromas y sensaciones




En mi viaje a Marruecos llevo presente las imágenes de la película de Bernardo Bertolucci, El cielo protector; y tengo en mi cabeza la música del disco que grabo Brian Jones en su estadía en Marruecos en el `71, donde deslumbrado por los Músicos de Jajouka, grabó la misteriosa música en unas pistas que se transforman en un canto sagrado que nos invita a un estado de hipnosis.
Con mi guía y alguna información de los lugares que visitaré, comienzo mi viaje a Marruecos, iniciando por la ciudad imperial y capital del sur: Marrakech.
Desde que uno aterriza en este lugar, se ve rodeado de perfumes, rosas, verdes palmeras y muros de una tonalidad que va desde el color ladrillo hasta el rosado y una gran variedad de ocres. Al oeste de la Medina (ciudad antigua y amurallada) se extiende una zona moderna, el Gueliz, que le debe su nombre a la colina situada al Noroeste de la ciudad. El eje principal es el boulevard Mohammed V, que está lleno de hoteles lujosos, tiendas y cafés; este el lugar donde casi siempre se hospeda la clientela internacional.
Pero yo me hospedaré dentro de la Medina, un lugar mágico, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
El encanto de la Medina es perderse por ella, pero a veces da un poco de temor internarse solo por ese laberinto de calles oscuras y estrechas. Aunque el placer está también en eso, en perderse, y descubrir una arquitectura preciosa, llena de pequeños palacios, fuentes de mosaicos y un sin fin de diminutos locales donde los artesanos trabajan las cerámicas, las telas, los metales y logran verdades maravillas.
Mi hotel es un Riad (significa patio) y está entre las pequeñas calles del laberinto. Los Riad, casi siempre son las extensiones de palacios, hoy la mayoría de sus dueños son franceses, y siempre tienen un patio con árboles de naranjos y una fuente en el centro y todas las habitaciones dan hacia ese fresco y encantador patio. Un Riad tiene todo lo maravilloso del estilo tradicional Marroquí y el gusto exquisito de los franceses en sus pequeños espacios reacondicionados a la vida moderna.
El Riad donde me hospedé en Marrakech, se llama Aida y fue la casa del servidor del sultán del Palacio de la Bahia (Palais de la Bahia). Hace algunos años fue un solo palacio, hoy esta parte se convirtió un este adorable hospedaje. Para quienes conozcan este tipo de pequeños hoteles, los que aquí llamamos Petit Hoteles u Hoteles Boutique, les costará mucho volver a los hoteles tradiciones y mas comunes e impersonales como los internacionales, ya que en los Riad el trato es cordial y la buena atención es moneda corriente, ya que desde que uno llega, la bienvenida es con una sonrisa y un exquisito té de menta.
Mi habitación, al igual que las otras, da a un patio lleno de naranjos, en donde solo se escucha el ruido del agua de la fuente, y llegada la tarde es decorada con rosas frescas que flotan y todo el patio es iluminado con faroles típicos marroquíes.
El desayuno es servido en un espacio delicadamente decorado, siempre con vajilla típica, que es de cerámica tradicional, y casi siempre pintada con azules y blancos.
Ya solo estar en este lugar un tanto especial, hace que Marruecos sea una delicia exótica por donde se la mire.

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